“La confianza nace sobre todo de la base ética del actor político. Si es abandonada, las consecuencias son devastadoras”. Konrad Adenauer.
El acto de comunicar nos compromete a transitar por un escenario complejo en el que la información se genera a partir de vastas y diversas fuentes donde la disputa por la primicia hace que en ocasiones las fuentes no sean chequeadas debidamente. Generar información demanda responsabilidad, rigurosidad y las formas con las que se configuran y difunden los mensajes.
Se pensó que las redes sociales propiciarían espacios de comunicación política horizontal, que las ideas se debatirían para lograr consensos sobre como solucionar los problemas. Se creyó que en la esfera publica digital convivirían seres libres e iguales que debatirían y reconocerían buenos argumentos.
Hoy las redes y ese difuso mundo donde la frontera entre la política y entretenimiento es más porosa y que tanto sentido crea, hace imprescindible una profunda revisión de la ética en la comunicación. El recurso de las noticias falsas (fake news) nos hace creer que la información es real cuando en realidad estamos sujetos a ser el alimento de los algoritmos. El poder real está siendo tecnológico y se ha transformado en un instrumento para alcanzar o mantener el poder. En este siglo, los datos se han vuelto un insumo estratégico para las plataformas. Según estudios en este momento, dos tercios de la población reciben al menos parte de su información de algoritmos desconocidos, altamente depurados y personalizados. El uso del big data para manipular nuestras emociones, la mentira tecnológica de los doblajes de voz, la construcción de simples relatos para evitar explicar la complejidad de los pactos espurios, todo eso ya es parte de la democracia y fundamentalmente del armado del mito populista.
La política y la economía de hoy son un producto de datos, esto ha llevado generar un nuevo sujeto político, que domina la generación masiva de datos y la gestión artificial de los mismos.
Como lo puntualiza José María Lassalle: “Ya no nos informamos, googleamos y la verdad viene definida por los primeros resultados de Google” [1]
Los medios proponen, y muchas veces imponen, una mentalidad y un modelo de vida que es contrapuesto con los valores éticos. Ante estos casos tenemos la obligación de formar a los ciudadanos para que puedan hacer un análisis de la información y un uso crítico y provechoso de esos medios. Además como lo dice Julio Montes [2]. “La desinformación se ha democratizado, antes solo podían hacerlo grandes medios y ahora puede hacerlo todo el mundo”,
Esta responsabilidad nos incluye a todos. De igual modo, “los padres tienen el serio deber de ayudar a sus hijos a aprender a valorar y usar los medios de comunicación, formando correctamente su conciencia y desarrollando sus facultades críticas” (cf. Juan Pablo II, Familiaris consortio, 76). Donde la política del like desplaza la ideología, además de estar viviendo una dictadura digital que condiciona la información y transformando a la democracia un nuevo paradigma que podríamos denominar libertad asistida.
El pensamiento renovado de la democracia en el siglo XXI, no implica dejar de lado el progreso, pero sin olvidar de estimular la libertad y fortalecer la capacidad humana de hacer un mundo mejor.
En Cultura Democrática estamos comprometidos, junto con otros actores a impulsar una tecnología más humana, dónde no pierda la centralidad del hombre en la creación e interpretación del mundo.
Desde ya, sería muy simplista culpar exclusivamente de todo esto a las redes y a la tecnología. Ciertamente, la estructura del sistema político tiende a polarizar a los partidos políticos y por ello sus discursos. En ese relato si no hay malos, no hay buenos, el problema es que se termina induciendo a una realidad social en la que los diferentes grupos no solo disienten acerca de qué hacer, sino acerca de cuál es la propia realidad.
La tarea de un comunicador identificado con el humanismo, no debe perder de vista que su tarea es de una gran responsabilidad, la de proyectar valores y principios, para normar las relaciones entre los seres humanos y para orientar su labor de construir un orden social justo, solidario y ético. El humanismo, es una doctrina o pensamiento general sobre la persona, la sociedad, el Estado y la política, no es patrimonio de ninguna ideología, religión, ni de un partido político.
Su razón de ser es inspirar la acción política, social y cultural, porque aspira a realizarse en la vida concreta y cotidiana de la sociedad y ser, en tal sentido, fundamento para la acción política y social de los hombres de bien, sin distinción de raza o religión. Su fundamento está basado en la defensa de la dignidad de la persona humana, pone en primer lugar, la cuestión de los derechos fundamentales de ésta, haciendo de ellos el eje de cualquier política concreta de Estado, porque entiende y sostiene que el Estado está al servicio de la persona y no la persona al servicio del Estado.
Jorge Dell´Oro
Consultor en Comunicación Política. Miembro del Comité Académico de Cultura Democrática A.C.
[1] Lasalle J. M., Ciberleviatan, Arpa& Alfil Editores,S. L. Barcelona, España, 2019.
[2] Montes J., Fundador de Maldito Bulo, https://www.facebook.com/malditobulo/