Por Jorge Dell’Oro
“…les venía diciendo, mi dilecta Doña Ofelia y demás amigos, que los jurídicos, los políticos, los oradores sagrados y los charlatanes de feria, cada uno a su aire y con sus condicionamientos, sus hábitos y aun sus prejuicios, siempre fueron muy aficionados a jugar con las palabras, que es entretenimiento muy peligroso, casi tanto como la ruleta rusa, y muy proclives a buscarles y darles a las palabras significados imprevistos y a insinuar, con la entonación oportuna, muy sutiles matices e intenciones.“
Camilo José Cela. “El color de la mañana”,
Espasa Calpe, Madrid, 1996
El significado político de la palabra está dado en el ejercicio que hacían los griegos de ella para vivir en la polis. El político tiene ante todo la misión de ejercer la palabra y la persuasión, no la violencia, es decir, la palabra es la centralidad de la política, entendida como un sistema de diálogo entre las personas que debería excluir la violencia y ejercer la comunicación para convencer al otro. Thezá nos dice: “La ciudadanía por mucho tiempo se concibió como una cuestión de palabra, tomando como ejemplo los griegos para quienes la deliberación entre iguales permitía la manifestación de la verdad” [1].
Muchos políticos hoy no generan diálogo, frecuentemente usan la violencia verbal y se ha instalado en la sociedad que su relato es en su mayoría falso, sin contenido de verdad. En donde muchos pueblos tienen numerosas fracturas y parecen haber perdido la noción misma del bien y la verdad, esto se agudiza notablemente. Mentiras siempre hubo, lo que llama la atención es la indiferencia tanto del emisor como del receptor y la opinión pública llega al extremo de resignarse ante la mentira institucionalizada.
Las palabras han caído en la trivialidad, muchas de ellas mutiladas en un lenguaje “adaptado” a las redes sociales o en un mal llamado lenguaje inclusivo, que no es más que un mero embate ideológico que demanda una falsa igualdad que solo conlleva a destruir morfológicamente el idioma.
Se aceleró el relato hueco, sin sentido ni compromiso por decir la verdad. El valor político de la palabra como un medio para transformar la sociedad es cada día más difícil encontrarlo en los discursos, en los debates e incluso en los medios de comunicación. La palabra debe ser rescatada en su sentido, la de permitir a los seres humanos comunicar sus experiencias y conocimientos. El acto de “tomar la palabra” significa un compromiso como bien lo expresa Schmucler: “Cuando los hombres se hacen responsables de la palabra construyen memoria y esta a su vez es un acto ético, es un acto de responsabilidad consigo mismo y con el mundo” [2].
Un político es un hablador, a partir de su accionar verbal se debería tener una aproximación a su construcción simbólica de la realidad y a sus estrategias de acción política. ¿Hasta qué punto es posible eso hoy?
Desde que un tuit ingenioso parece ser mejor que un discurso que hable de acciones concretas y realizables; todo es más complejo.
No hay que olvidar que miles de ciudadanos se preguntan ¿Quién resuelve mis problemas? El alejamiento o la desafección de los políticos es uno de los motivos de su baja credibilidad. Ese gran puzzle de rotas palabras merece ser rearmado, junto a un accionar honesto que logre recuperar del verdadero rol de la política, que es propender al bien común.
[1] Thezá Manriquez, M. (2011). Los claro-oscuros de la ciudadanía en los estudios sobre participación: algunas aproximaciones teóricas. Revista de la CLAD Reforma y Democracia. (51), 1-14.
[2] Schmucler, H. (1997) Memoria de la comunicación, Biblos, Buenos Aires.