El odio al Estado y a la Política no resolverá nuestros problemas
Por Sonia Liliana Ramella*
Una y otra vez la fórmula se repite: un país en crisis económica, partidos políticos desprestigiados, emergencia de discursos “anti-política” y, por último, una ciudadanía desencantada con la democracia que se aferra a la idea de soluciones drásticas, a medida que la situación se hunde.
Ese ciclo de desilusión ha sido, en otros contextos, el punto común para la emergencia de liderazgos intensos con discursos de confrontación e intolerancia social respecto a la Política y al Estado.
El punto de partida que dio lugar a la polarización entre política y anti-política fue el hartazgo, a partir del fracaso de líneas de acción estatal que se implementaron desde los espacios políticos tradicionales.
Esa crítica se basa, sobre todo, en políticas públicas mal implementadas, presupuestos mal elaborados y en sus escasos resultados favorables.
Según su informe 2021, la Corporación Latinobarómetro, con sede en Chile, muestra que uno de cada cuatro latinoamericanos está satisfecho con la democracia, y si hiciéramos esa pregunta en Argentina sería uno cada cinco.
Ese mismo informe destaca que en Argentina un 45% de la ciudadanía preferiría una forma no democrática de Gobierno.
Los partidos, las instituciones públicas y la clase política, sindical y empresarial en general tienen su cuota de responsabilidad. El diagnóstico es preocupante, pero la salida difícilmente llegará con la promesa de destrucción de todo lo referido a la Política y al Estado.
Analizar los abusos, ineficiencias y desfalcos cometidos en el erario público es algo que requiere de herramientas de conocimiento específicas para el estudio de la política. Identificar, prevenir y castigar toda conducta desleal con la Democracia también requiere de un vasto conocimiento sobre la historia política y los valores democráticos.
El odio al Estado y a la Política
Quienes estudiamos, vivimos y apostamos a la Ciencia Política como profesión, sabemos que las soluciones a los contextos de crisis en las democracias lejos están de la apelación a la destrucción de la Política y del Estado. También es cierto que siempre hubo escenarios favorables a quienes apuestan a la contundencia e intensidad de discursos intransigentes y soluciones unilaterales.
La excesiva partidización del discurso democrático, vinculado a una identificación político-partidaria del Estado como soporte del régimen, conlleva el riesgo de que esos elementos dejen de ser vistos en forma positiva por la ciudadanía en un contexto de crisis.
La adopción de posturas discursivas que reclaman una suerte de título de propiedad en tópicos tales como “derechos humanos” o “república” pueden llevar, aún involuntariamente, agua al molino de quienes critican la política como un todo desde la vereda de enfrente.
De las crisis políticas se sale con política. Pasaron 40 años y, lejos de estar en una democracia consolidada -con una ciudadanía empoderada en el ejercicio de sus derechos y con capacidad de exigir rendición de cuentas- nuestra democracia aún corre el riesgo de debilitarse o incluso quebrarse.
Democracia supone la responsabilidad de todos los actores políticos en respetar miradas diferentes sobre la política económica, el dólar, el combate a la inflación e, inclusive, sobre la orientación de temas complejos como las políticas educativas o de salud.
Como balance de cuatro décadas en democracia continuada, afrontamos el desafío de construir diálogo, fortalecimiento de las instituciones públicas y, sobre todo, un compromiso democrático para tener cada día más y mejores ciudadanos.
*Politóloga, Magister en Administración Pública (UBA). Directora de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad del Salvador. Miembro de la Comisión Directiva de Cultura Democrática.
Fuente: Perfil.