LA NACIÓN: «Editoriales independientes en Cuba: el desafío de publicar por fuera del sistema»
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Las editoriales independientes suelen configurar un mapa amplio de producciones literarias de calidad, apuestas riesgosas y rescates de tesoros que no entran en los planes de los grandes grupos del sector. Sus publicaciones, en general, no responden a las tendencias del mercado ni a las modas temáticas fugaces. Tienen un público propio, acotado y fiel, y sus respectivos catálogos son una demostración de la bibliodiversidad que impera en cada país.
¿Pero qué pasa en naciones como Cuba donde están prohibidas las ediciones por fuera del sistema que controla el Estado? ¿Cómo hacen los autores y editores independientes para publicar y difundir sus obras? ¿Cómo sortean la ilegalidad los que se mueven en el circuito literario off cubano? Tres editores de la isla donde nacieron José Martí, Alejo Carpentier y Guillermo Cabrera Infante contaron a LA NACION los obstáculos y los riesgos de ir contra la corriente y publicar libros políticamente incorrectos que resultan incómodos para la cultura oficial.
«Desgraciadamente la ilegalidad a la que somos sometidos por las leyes restrictivas cubanas que limitan la creación de editoriales independientes nos impide llegar a muchas personas y a públicos muy ávidos de nuestra literatura», asegura Yoe Suárez, periodista, escritor y editor de Boca de Lobo, uno de los sellos nacidos en La Habana en 2018, especializado en títulos de no ficción. En sus dos primeros años, ha publicado seis libros. El catálogo incluye a autores consagrados como el poeta y ensayista Antonio José Ponte y otros más jóvenes como la periodista Yaiset Rodríguez Fernández. «No tenemos posibilidad de inscribirnos legalmente y esto genera condiciones de vulnerabilidad extrema», agrega Suárez que sufrió persecuciones y censura por su trabajo como periodista y tiene prohibida la salida de Cuba desde febrero pasado. «Estoy ‘regulado’, por orden del gobierno. Eso limita mi libertad de movimiento».
«No solo las editoriales independientes son (y han sido desde el triunfo de la Revolución) ilegales en Cuba. Hay que precisar que el gobierno cubano siempre ha buscado las formas de restringir la actividad intelectual y cultural independiente. Por solo poner ejemplos recientes, desde el 2018 el Estado emitió una serie de decretos para regular aún más la actividad cultural independiente y tener un control legal. Es decir, que lejos de declararla legal, el Estado crea leyes antidemocráticas para restringir la actividad cultural que surge bajo una ardua y constante batalla. Es el caso del Decreto 349 para los artistas visuales, del Decreto 370 para el periodismo independiente, especialmente para el control de internet, y del Decreto 373 para el cine independiente», aporta el artista visual Lester Alvarez, creador y director del proyecto editorial La Maleza. «Es muy complejo explicar cuánto afectan estas leyes a la cultura. Uno de los signos más visibles es el éxodo y la frustración que causan en las creadoras y creadores más jóvenes».
Alvarez, que vive y estudia en España hace diez meses, creó a finales de 2015 una instalación con libros que no pueden circular en Cuba. La obra, titulada La Maleza, dio lugar en 2018 a una editorial sin fines de lucro, que lleva adelante junto al diseñador gráfico alemán Julian Goll. «Concebimos La Maleza como un proyecto para visibilizar zonas marginadas de la cultura cubana. Nos sentimos totalmente excluidos. Hablo en mi nombre y en el de varios de los colaboradores habituales de La Maleza», asegura el artista, quien detalla los motivos por los que muchos autores jóvenes prefieren buscar caminos alternativos para publicar sus obras: «En primer lugar, las editoriales estatales cubanas son burocráticas y están carentes de vitalidad. Para publicar, lo primero que hay que hacer es ganar un certamen literario. Luego, caer en las garras de los editores censores y finalmente esperar los años que sean necesarios para que el libro salga de imprenta. Todo eso sin contar que hay autores (vivos o muertos) que por su obra nunca serían publicados por las editoriales oficiales. Insisto en que no es un problema únicamente político, aunque sea esta la razón original para tanto control».
Imprimir en Cuba es muy complicado porque hay pocas opciones. «Nosotros tuvimos muy mala experiencia con nuestro primer libro (la novela Trenes van y trenes vienen, de Roman Gutiérrez) y terminamos imprimiendo algunos ejemplares en España. En un principio establecimos una impresión de 100 copias de cada libro con entrega gratuita. Pero eso es algo que ahora nos estamos replanteando, sobre todo por la posibilidad de que los libros puedan llegar a cualquier parte del mundo y cubrir los gastos de producción. Por el momento, la forma de financiación ha sido a través de residencias artísticas», explica Alvarez. En agosto de 2019, La Maleza fue premiada con una residencia del Instituto Internacional de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), que dirige la artista cubana Tania Bruguera, blanco constante del gobierno por sus actos a favor de la libertad de expresión.
Parte de los libros del circuito alternativo han sido donados a bibliotecas independientes (no estatales) como un camino para abrir la distribución y el boca a boca. El caso de El soplo del demonio, una investigación periodística sobre la violencia y el pandillerismo en La Habana escrita por Suárez, que fue el primer libro publicado por Boca de Lobo, fue curioso: se presentó el 23 de julio de 2019 en el centro penitenciario 1580, a partir de la gestión de la Capellanía de Prisiones de la Liga Evangélica de Cuba. La editorial donó 500 ejemplares que se repartieron en cinco cárceles de la isla. En estos meses de pandemia, la editorial creó la iniciativa Lectura de Cuarentena: ya distribuyeron de manera gratuita decenas de ejemplares a lectores habaneros. «El soplo del demonio me permitió acceder a un mundo hasta entonces desconocido y lo que vi me conmovió. Por eso doné los derechos de autor para la capellanía evangélica», cuenta Suárez.
Otra editorial independiente que navega contra la corriente en Cuba es OnCritika, lanzada por los jóvenes escritores Ariel Maceo Tellez y Abu Duyanah Tamayo con el fin de editar libros de literatura cubana, hechos a mano, con recursos mínimos. Oncritika se propone publicar y promocionar escritores que estén fuera del sistema, «escritores malditos», como los definen. Les interesa la «buena literatura, que no será la que están acostumbrados a leer, sino otro tipo de literatura, la prohibida. La que leen a escondidas tus vecinos».
Para Maceo Tellez, llevar adelante esta iniciativa es un desafío muy complejo. «Nos valemos de recursos limitados y de la buena fortuna del arte libre, en el que cualquiera nos puede ayudar. Tratamos de buscar las mejores opciones de impresión, los lugares que nos ofrezcan los mejores precios. Además de eso también tenemos la posibilidad de crear los libros manualmente. La idea es venderlos y comercializarlos de mano en mano, que puedan llegar a la gente de cualquier manera posible. Aunque ya comenzamos a colgar alguno en la plataforma de Amazon. Y sí, alguno de estos libros se leen a escondidas», dice el poeta, narrador y fotógrafo, autor de los libros Último cumpleaños (Bruma Ediciones, Argentina, 2015), ¿Sabes quiénes son los monstruos? (Guantanamera, España, 2017) y Esperando la carroza, que saldrá este mes por OnCritika. «Llegué al punto en el que he decidido no participar de ningún concurso literario ni de intentar publicar con alguna editorial del país a las que no le gusta tocar temas controversiales de la sociedad cubana. Es una decisión tomada», declara el editor que prepara en la actualidad un libro de una periodista cubana con artículos y crónicas. «Cuando salga, no será bien visto por parte del gobierno. Todo por el simple hecho de ser un material discursivo que se aleja de los cánones establecidos por la revolución cubana».
Maceo, que nació en La Habana en 1986, comparte una sensación frecuente: «A veces me levanto en la mañana preguntándome si estoy haciendo algo malo, pero sé que no es así. Sólo somos jóvenes artistas haciendo lo que nos gusta. Me gustaría pensar que, más que un grupo de resistencia, somos artistas que abogamos por la libertad de expresión y por los derechos culturales y elementales de todos los cubanos».